
Esa noche no entendía por qué las sabanas se sentían tan heladas sin ella, no entendía como los segundos parecían eternos sin esa conversación de medianoche antes de irse a dormir. Sus ojos se perdían en las esquinas de la habitación. Sentía como si la cama tratara de hundirlo en su inmensidad. Cerró los ojos y la vio a ella riendo cerca de la orilla de ese rio que visitaron las vacaciones pasadas. Sus pies descalzos jugueteaban con la hierba y podía sentir ese olor a tierra mojada que siempre le fascinó. Sus labios se juntaron y un millón de promesas de amor parecían haberse sellado con esa acción.
A la mañana siguiente ya no estabas, el café y las tostadas ya no sabían como antes, tu asiento frio y nadie que me besara con cariño. Recordaré por siempre nuestras peleas del día a día, le vuelta a casa pensando en ti y como solo deseaba caer en tus brazos. Ahora que no estás, el silencio abriga mi rutina y la soledad embriaga mis sentidos. No me busques ya que no me encontraras, estoy más allá, lejos, perdido buscando refugio en templos de metal y oro.
Quisiera con un bastón avanzar por terreno virgen, descubriendo tu cuerpo y cobijándome en tus senderos. Admirar la belleza de tus valles y colinas y dejarme llevar por el perfume de tu cuerpo que me invitaría a caminar por años en él. Mis manos recogeriian un poco de tu tierra y la tocaría con cariño, quedando su olor en mis manos y en mi cuerpo. No desearía marcharme, querría construir aquí mi hogar, entre tus colinas y tus valles y con los años desaparecer en el uniéndome a ti para siempre.
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